Mi hermana Adriana… ¿cómo describir a alguien tan especial? ¡Siento que las palabras nunca alcanzan!
Gran pensadora, gran hacedora; en su eterna búsqueda de la belleza del ser humano, de la perfección de lo creado. Y no se detiene en la búsqueda: con su luz, ella convierte a lo bello en algo más bello, a lo perfecto en algo más perfecto.
En El Castillo, Adriana diseña cada tarea que se lleva a cabo, capacita a cada miembro del equipo de trabajo; presupuesta, vende y organiza cada evento corporativo; supervisa los balances financieros; diagrama y dicta contenidos de nuestros programas de capacitación organizacional; da clases de pintura y de ashtanga vinyasa yoga… La ambientación de El Castillo tiene, más que nada, el estilo de Adriana. Ella y mamá decoraron completamente el edificio, seleccionando cada pieza de mobiliario nuevo y antiguo, pintando a mano las paredes, colocando sus propias obras de óleo, acuarela y técnica mixta en cada habitación y cada rincón.
Pienso que mi hermana es la persona que mejor representa el concepto del ser humano renacentista, pues ha logrado, a tan corta edad, un nivel sorprendente de capacidades intelectuales, artísticas y deportivas.
Por su calidez, Adriana es la portavoz de la empresa, y los medios de comunicación quedan encantados cada vez que pueden conversar con ella. Aquí les dejo la entrevista que salió publicada hace dos días en la contratapa del suplemento Tendencias del diario La Voz del Interior.
Y de yapa, si quieren escuchar su voz, un link a nuestras canciones: http://www.elcastillohotel.com.ar/ciencia-y-arte
-Fabián Fábrega

Entrevista en Suplemento Tendencias del diario La Voz del Interior, 11 de Julio de 2015: http://www.lavoz.com.ar/personajes/adriana-fabrega-me-encanta-decorar-e-intervenir-espacios
«Adriana Fábrega : Me encanta decorar e intervenir espacios
Adriana Fábrega es la menor de una familia que decidió dejar sus ocupaciones para restaurar un fantástico castillo de Valle Hermoso y allí fundar un hotel. Es contadora, artista plástica, música y deportista. Disfruta de la velocidad más que del manejo.
Por Eduardo Aguirre (Especial)
Adriana Fábrega se estableció en Córdoba en 2002, cuando sus padres decidieron vender su sanatorio de Villa Mercedes para fundar junto a sus tres hijos un hotel cinco estrellas en un castillo semiderruido en Valle Hermoso. Cada miembro de la familia aporta algo: Adriana, como contadora, se encarga de las finanzas, y como artista plástica pintó muchas obras que hoy decoran el hotel. “Desde chicos estudiamos música y formamos una banda. Siempre me encantó la pintura y las manualidades, la decoración y la costura, el deporte (estudié gimnasia artística, yoga, tenis, danzas). Vine a Córdoba a estudiar arquitectura pero extrañaba a mi familia, así que me fui con mis padres a Buenos Aires y ahí estudié Ciencias Económicas”, rememora.
–Tu casa paterna era..
–Enorme, 1.200 metros cuadrados, un parque gigante; casa chorizo de principios del siglo 20. Mis padres, cuando eran novios (14 y 17 años) soñaban con comprarla. Cuando se casaron, vendieron todo y lo hicieron. Adentro, andábamos en patines o en bici (risas). La sala mayor era el estar, se convirtió en una sala acustizada para ensayar música y ahí teníamos nuestra área de estudio y de arte.
–¿Cuál era tu espacio?
–Tenía mi cuarto con un baño que pinté con florcitas y un ropero de pared a pared, que pinté con óleo. Compramos mi cama en una casa de antigüedades, tenía respaldar de hierro forjado y lo patiné igual que una mesita de luz (a los 12 años).
–Estudiaste pintura…
–En talleres libres: en Villa Mercedes estudié con Alejandra Kenny, después con Lillian Mulero, con mi mamá y mi abuela. Pasé por épocas de hiperrealismo, mi primera obra libre más figurativa la hice el día que falleció mi abuela y a partir de ahí empezó mi búsqueda hacia una suerte de expresionismo abstracto. En El Castillo hay obras mías muy grandes.
–¿Cómo comenzó lo de El Castillo?
–En el 2002, teníamos una crisis terrible en Argentina, habíamos pensado en irnos todos a vivir a Nueva York para estar juntos (mis hermanos estaban allá), pero habían caído las Torres Gemelas… En eso, mi papá se enteró que se vendía el castillo, vendió la empresa de medicina y todos vendimos nuestras casas, mis hermanos terminaron sus posgrados y nos vinimos a Valle Hermoso.
–Disfrutás al decorar…
–Sí, me cargan porque me gusta intervenir todo (risas). Me gusta decorar o sugerir en casas de mis amigos, un restaurante, un negocio. También me gustan los muebles antiguos, me fascina ir a comprar un sillón en su estado original, elegir la tela para restaurarlo y llevarlo al ebanista.
–¿Te entusiasmó el proyecto de reciclar el edificio?
–Sí, en el castillo reunimos todo lo que nos había encantado en la vida y el trabajo en familia. Eran 8.000 metros cuadrados destruidos… entre los cinco nos fuimos dando afecto, amor y entusiasmo, reclutamos y capacitamos a gente del lugar para trabajar. Fueron tres años, hasta que estuvo en condiciones de habilitarlo.
–Cambio de tema: ¿cómo te llevás con la tecnología?
–Me asusta (risas), no tengo habilidad para la tecnología. Me abruma tanta dependencia e invasión en nuestra vida diaria, pero para el trabajo y las comunicaciones la aprovecho “a full”. Dirijo las operaciones en El Castillo, la organización de los eventos y turismo y comparto con mi mamá la auditoría financiera y legal. Muchas horas al día trabajo en mi compu, una MacBook Pro (manejo los básicos, Excel, Word, PowerPoint), tengo todo en GoogleDrive y cuatro cuentas de e-mail. Uso dos números de celulares, y por eso me saturo de comunicaciones. En El Castillo decidimos que no haya televisión en las habitaciones, para ser miembros de la cadena de ecoturismo internacional.
–¿Qué aplicaciones usás?
–Las que me sirven para viajar. En redes sociales uso Facebook para el trabajo, que es mi vida. Me gusta ver fotos de nuestros huéspedes, de personas que he conocido en conferencias y me comparten información, pero no poner fotos personales ni vida privada.
–¿Utilizás WhatsApp?
–Muchísimo, pero no participo de grupos, son demasiado invasivos para mí.
–¿Escuchás música?
–Sigo yendo a clases de danzas, ahí me gusta escuchar música. Ahora, cuando tenemos un tiempo, con mis hermanos preferimos hacer música más que escuchar: la banda es de folclore, pero también hacemos jazz.
–Contáme de tu historia con los autos…
–Aprendí a manejar a los 17 años en un Ford Escort, y a partir de los 18 el auto que me gustó fue el Jeep Wrangler porque reaccionaba rápido (risas), así que anduve mucho en ese auto, que era de mi hermano Fabián (aún lo sigue teniendo, es un chiche). En realidad no me atraen los autos, ese es el único al cual le tuve y le tengo afecto.
–¿Y ves a los autos con sentido estético?
–Sí, suelo ver algunos autos que me parecen más simpáticos que otros, me pasa al ver algunos Mercedes o BMW… los autos, como objeto de diseño, me transmiten cosas. Me gustan las formas redondeadas, no los finales rectos o agresivos, y los prefiero más bien grandes. De chica, decía que iba a tener una chata negra con ruedas enormes. Pero hace dos años dejé de manejar, porque me gusta ir muy rápido. Uno tiene que reconocer para qué es bueno y para qué es malo, y lo mío no es la conducción (risas).
Adriana por Adriana
“Nací en 1980 en Villa Mercedes, San Luis, y allí viví hasta el ’97. En mi casa, la educación y la formación siempre fueron conceptos muy griegos, para desarrollar todas las capacidades del ser humano. Mis padres nos estimularon muchísimo, somos tres hermanos y compartimos todo de nuestras vidas. Soy la más chica, Fabián tiene 36 y Edgardo 37, ellos me protegían mucho y yo trataba de imponer mi carácter” (risas).»