Ayer Bahía me preguntó qué pasaba si ella no podía dar lo mejor de sí. Antes de que yo pudiera responderle, Bahía aclaró: «mi compañera espera lo mejor de mí, pero yo no sé si voy a poder dar lo mejor de mí…». Estábamos todos por jugar al ping-pong, en equipos de a dos armados por sorteo. A Bahía, quien tiene diez años y casi ninguna experiencia de ping-pong, le había tocado una compañera con más experiencia en ese deporte y treinta y siete años de edad.
«¿Qué es dar lo mejor de vos?», le pregunté a Bahía. Ella me explicó que tenía miedo de equivocarse, de pegarle mal a la pelotita, de no ganar puntos… «Equivocarse no es dejar de dar lo mejor de vos. Dar lo mejor de vos es ser buena y disfrutar de estar jugando», le dije. (Claro que no inventé esas palabras, sino que las repetí recordando lo que mi mamá nos decía de niños.) «¡Oh, gracias!», me dijo Bahía y se fue contenta a jugar el primer partido. Su buena compañera la alentó todo el tiempo y le dijo que no debía pedir perdón si un golpe salía mal, porque lo importante era intentarlo y divertirse.


Cuando comenzamos esta temporada de verano yo sentía un miedo extraordinario. Miedo originado, tal vez, por dos de las peores consecuencias de la pandemia: la incertidumbre (¿qué pasa si nos enfermamos así o asá?) y la agresividad social (online, cara a cara o la versión que fuere). Ahora, un mes después, siento tranquilidad, alegría y confianza. ¡No tuvimos un solo caso de huéspedes con síntomas de covid, y todas las personas compartieron su solidaridad, armonía y amistad!
Pienso que todo salió tan bien gracias al protocolo covid que diseñamos, con «burbujas» semanales (algo que hacemos desde hace quince años sin haber podido prever pandemia alguna). Y en gran parte gracias a la buena predisposición de las personas que nos visitaron. Personas buenas que disfrutan de vivir. Usando las palabras de Bahía, personas que dan lo mejor de sí.
-Fabián G. Fábrega

