18 años de emociones

Tal vez porque hace ya dieciocho años que comenzamos a vivir el desafío de convertir al Castillo en el lugar donde pudiéramos compartir momentos soñados con seres que aman a seres que aman la vida… O tal vez porque ya pasé los cuarenta años de edad… O tal vez porque veo cómo el bebé de mi hermana, primero y único de la familia, nos muestra cuánto más profunda y delicada es la vida…

El tema es que, durante este verano, cada segundo que viví en El Castillo me trajo una avalancha de emociones y una avalancha de reflexiones. Y una pregunta muy importante, que tiene que ver con saber si tantos años de entrega, amor, dedicación, esfuerzo y pasión familiar, han, realmente, valido la pena. Porque, como en cada aventura, cual yin y yang, cada gotita de felicidad en el camino ha tenido también su contrapartida (alguna renuncia, alguna injusticia…). Además, no sé si por el momento violento que está viviendo el mundo, o por qué motivo, en este verano tuvimos un par de huéspedes que nos maltrataron como jamás nadie lo había hecho. Y no sólo físicamente, sino también virtualmente (se ve que estos malos y malas persiguen la consigna de maltratar también en las redes). Sí, ya sé que, en valores absolutos, un par es muy poco comparado con cientos, o miles de personas que nos trataron amorosamente a lo largo de tantos años. Sin embargo, como los años nos han hecho personas cada vez más y más sensibles, en este par de ocasiones reaparece aquella pregunta de tono fatalista: ¿vale la pena continuar?

Pero, en el mismo momento que reaparece esa pregunta, cual ying y yang, también reaparecen recuerdos vívidos. Por ejemplo la cara de Delfi, entre sonriente y preocupada, acostada sobre el piso igual que yo, preguntándome: «¿había que caerse o te caíste porque estás muy cansado?». Era el final de una coreografía que marqué en medio de una de las noches de fiesta, cuando todos estábamos vestidos con atuendos medievales. O la canción que cantó Viole mientras yo la acompañaba en guitarra, que por su dulzura hizo llorar de emoción a todos los que miraban el show de huéspedes. O la consulta de Nacho, que se acercó a sentarse para explicarme: «quiero empezar a estudiar fotografía, ¿me das un consejo?». O las palabras de despedida de Azu, Isa, Isi, Lauti, Emi y Viole, que me dijeron que, para ser mejor, el mundo necesita personas como nosotros. Estos pequeños grandes huéspedes tienen entre once y catorce años de edad.

¡Y no sólo niñas y niños! Reparece la imagen de Ana María, con sus ochenta y tres años de sabiduría, enseñándonos a cantar a todos un melodioso canon… O de Julio, quien, mientras escribo esto, está aquí hospedado festejando su cumpleaños número sesenta y ocho junto a toda la familia… Hace dos horas nos dijo que «no recordaba un cumpleaños más feliz en toda su vida».

¡Y no sólo huéspedes que vacacionan! Reparece el recuerdo del Retiro de Danza, que llevamos a cabo hace una semana, por quinto año consecutivo. Cuando los dejamos en el aeropuerto, los grandes maestros y artistas Paloma Herrera y Mario Galizzi, nos abrazaron y agradecieron, en nombre de ellos mismos y en nombre de la danza, por el «enorme apoyo desinteresado que damos al arte como expresión del alma». (Y como una feliz casualidad, ese mismo día Julio Bocca nos escribió con esa misma intención de gratitud.)

En estos párrafos escribí nombres puntuales, pero no me olvido de todos los otros nombres. Ni de todas las otras caras. Ni de todas las otras palabras. Ni de ahora ni de los dieciocho años que han pasado en El Castillo. Cuando un huésped con quien compartimos gotitas de felicidad se va, extraño. Extraño mucho. Es un venir. Y es un partir. ¿Cómo no va a valer la pena continuar? ¿No?

-Fabián Gabriel Fábrega

Publicado por elcastillohotel

The FABREGA ORGANIZATIONAL CENTER

Un comentario en “18 años de emociones

  1. El vivir, convivir. Nos lleva a transitar momentos únicos. Y las estadías en el Castillo Fabrega Organizational Center permiten que, de alguien, salgan sus emociones más escondidas o por otro lado, las más celosamente guardadas…y con todo el ambiente que se respira con ustedes pueda que salte.
    Digo, las bellas buenaventuras de las personas en convivencia. Imagínate que si hay algo dolido en esta persona, va a saltar y ustedes pueden sentir un maltrato, un destratar de la otra persona porque ellas quieren más y más, y me atrevo a decir, ustedes vistos como los familiares mayores que tienen que proveer todo. El maltrato dice mucho de quién es la persona maltratadora.
    Desde acá, un abrazo enorme para todas las personas (familia) del Castillo Fabrega!!!

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